La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide,
ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora,
nunca avisa; tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega una flor o un guijarro,
algo secreto, pero tan intenso
que el corazón palpita demasiado veloz. Y despertamos.
Eugenio Montejo
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